¿Te ha pasado alguna vez que el sueño se haya ido de tus ojos mucho antes de que la noche acabe? ¿Te ha pasado que algo te hiciera adentrarte en el desvelo como quien se adentra en un túnel, a oscuras y a la fuerza?
A mí, sí. Hoy. Antes. Fue por los pájaros. Volaban en desbandada huyendo de las pisadas de algún cazador furtivo. Fue su algarabía de alas la que me hizo abrir los ojos cuando el sol estaba más grande. Cuando de su luz no podría resguardarme por dentro de ninguna sombra... Sabía que los ojos se me derretirían como la cera puesta en un caldero al fuego. Sabía que no era mi hora. Ni la de Titus B., que dormía -como era menester- hecho un ovillo de algodón coloreado a la flaca sombra del letrero. Sin mantas que lo cubrieran, que los duendes no saben lo que es el frío. Y, sin embargo, ya no pude por más que levantarme del lecho de heno que tanto tiempo fue mi cama.
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Vittore Carpaccio |
Amodorrada, busqué agua cerca con que lavarme la cara. Busqué hasta encontrarla: hecha charquitos de rocío en las hojas dadas la vuelta de una vieja magnolia que ya estaba en flor. En flor, aunque todavía es enero... El contacto frío del líquido en la piel me devolvió la vida. Las ganas de abrir mucho los ojos y contemplar el espectáculo de un bosque que tan pocas veces había podido ver de día. Respiré hondo, dejando al fin a los pulmones rellenitos de perfume. Me arreglé las ropas y me peiné el cabello con los dedos. Despacio. Despacio. Y quise calzarme, los botines de terciopelo verde estarían a los pies del lecho... Estarían como siempre si es que una perrita de ojos infinitos no se los estuviera llevando en la boca, pícara, hasta donde acertaba a ver acabarse el camino.
¿Adónde vas con mis zapatos?
Corrí tras ella, descalza. Sintiendo en la planta de los pies medio desnudos el martirio de mil piedrecillas.
Pronto se apiadó de mí, frenó su carrera y dejó los botines en el suelo. Y me miró, me miró con aquellos ojos que parecían haber estado vivos desde el principio de todas las cosas. Al arrodillarme frente a ella, tomó de nuevo los botines en la boca y me los dio. De sus dientes a mis manos. De las manos a mis pies.
Perrita, ¿de dónde has salido? Acariciaba su cabecita de rizados cabellos. Su cabecita del color de la canela clara.
Anoche no estabas aquí... Eres libre, ¿verdad? Eres una criatura de Brocelianda... ¿Cómo te llamas?
Su pata izquierda se movió en la tierra. La removió. La removió y dio forma a una letra. La N. Y luego a otra diferente. Y otra. Y otra.
N I M U E
Te llamas Nimue, perrita linda. ¿Adónde ibas con mis zapatos?
Despegó de mis labios sus ojos. En todo aquel tiempo no había dejado de mirarlos. Sabe leerlos. Giró la cabeza a un lado y a otro. Y la imité. Miré a nuestro alrededor y descubrí, atónita, una estampa maravillosa. Una de esas que demasiado gustan de robar almas. Y arrobar espíritus...
✏️ Imagen de cabecera: Splendor solis, 22 (detalle) ✨️✨️
Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 27 de enero de 2013 en mi viejo blog: Cuentos de Brocelianda
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