Algunos duendes son muy miedosos. Por eso tal vez nunca puedas ver ninguno. Ni aunque alguien que vaya contigo una tarde andando por el bosque te diga: ¡mira, allí hay un duende sentado comiendo almendras! Nada. Seguramente no tendrías forma de verlo porque antes, mucho mucho antes de que te hubiese dado tiempo a levantar los ojos desde donde los tuvieras puestos y los llevaras hasta el punto ese que tu acompañante te señaló, la criatura ya se habría esfumado.
Titus B. es así. Es uno de ellos. Se oculta. Se esconde de todo lo que no sea yo. Por miedo. Por terror.
Solo si lo que quiera que sea se está muy quieto, como pasó aquella vez con la paloma mensajera, tiene el atrevimiento de quedarse. Pero solo así. Solo entonces. Y esta vez, teniendo encima a Nimue, poco más y le da un ataque. De verdad que no exagero. De verdad que no.
De modo que esta noche -porque ya se ha hecho bien de noche y la luna está bien grande en lo alto del cielo-... de modo que esta noche, digo, para conseguir que haya llegado a asomar siquiera un pelo de la barba de entre las raíces hemos tenido que esperar mucho pero que mucho tiempo.
Fue un rayo de luna. Uno de esos muy anchos y fuertes que se coló por entre su miedo y las sombras, el que logró que desplegara las orejas el duende. Y quisiera oírme.
Vi a mi mano derecha tenderse hacia él. Sentí la dureza del suelo atravesándome la ropa para clavarse en mis rodillas. Escuché el ruido cercano de unos dientes que entre sí estaban chocando. Me agaché más. Más. Pobres dientecillos de duende, iban a terminar en cachitos.
- Titus B., esta mañana he visto la tierra llenita de diamantes. Nimue me los enseñó. ¿De qué tienes miedo? Ella no es mala... no es de ahí afuera. Es de aquí, de Brocelianda. Asómate a verla. Asómate, viejo miedoso, que es muy bonita.
No se va a asomar, me dice su tiritona. Quiere que me acerque, que me quiere contar una cosa y que tiene que ser por lo bajito. Por lo bajito...
- Ella lee los labios. Sabrá lo que me dices.
Nimue está a mi lado. Tan cerca que escucho su respiración desinquieta y puedo notar el calor de su cuerpo colándose por entre mis faldas. Si me agacho ella se agacha. Si me acerco al duende, más se acerca ella.
- Mírala bien, mujercita. Mira las marcas que tiene en el cuello.
✏️ Imagen de cabecera: Margaret Tarrant ✨️✨️
El presente relato fue publicado, por primera vez, el día 9 de febrero de 2013 en mi viejo blog: Cuentos de Brocelianda.
Para que no se pierdan en el olvido, dejaré que dormiten aquí, bajo estas poquitas líneas, el comentario que recibió en aquel momento y la respuesta que yo le di 🙈, mira:
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