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Te presento a Adán y a Eva en el paraíso 🙃. Acaban de probar el fruto prohibido: se les ve en las caritas; y en la forma en la que se buscan -cómplices, un poco avergonzados- uno al otro con la mirada... como si dijeran: ¿nos habrán visto? Y como si, además, entre ellos fuese la primera vez que se ven: es eso, sí. Que antes no se habían dado cuenta de que estaban desnudos, y sienten pudor. Y se cubren como medio pueden con hojas de palma: que nunca fue tan tan patente su inmensa vulnerabilidad.
El amarillo lo rodea todo. Los rodea a ellos, nuestros primeros padres, y envuelve la escena al completo: y es un color rabioso. No creo que el miniaturista lo escogiera al azar. Los colores son parlanchines, les encanta hablar -o gritar, como según parece en este caso-, transmitir ideas y emociones y cosas buenas y malas: y, en esta laminita, el amarillo está enfadadísimo y chilla, chilla, chilla... ¿Por el malestar que siente ante la contemplación de la torpeza humana, infinita como ella sola? Puede que sí, puede que sea por eso.
El árbol de la vida parte en dos el dibujo, cual soberbio parteluz de las portadas románicas y góticas. Lo parte en dos y separa a los amantes: a esos que ahora apenas si se reconocen, a esos extraños...
Una serpiente grandota le recorre el tronco de abajo arriba: se enrosca en él. Lo asfixia. Y tiene el rostro feo vuelto hacia Eva.
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Beato de El Escorial, 18 (c. 950-955). Detalle |
La mira.
La señala culpable.
Es verde y amarilla por igual, la serpiente horrible: es rabia y es esperanza. Que Dios está enojado. Y triste. Pero también aguarda a que la tormenta pase y ellos hayan aprendido algo... supongo que siempre espera cosas como esas 🤔.
✏️ Imagen de cabecera: Beato de El Escorial, 18 (c. 950-955)
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